“Rápidamente se olvidaron del mandato que les dio el pueblo para mejorar las reglas de juego electoral y entraron a la irresponsable práctica del clientelismo y el obstruccionismo”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Rápidamente se olvidaron del mandato que les dio el pueblo para mejorar las reglas de juego electoral y entraron a la irresponsable práctica del clientelismo y el obstruccionismo”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Javier Díaz-Albertini

Desde hace un buen tiempo, nuestra democracia es un cadáver. Pero de los posmodernos, aquellos que siguen caminando sin mayor rumbo. Digamos, una democracia ‘walking dead’. Pensábamos que seguiría andando de forma renga hasta el bicentenario y que, recién entonces, cobraría algo más de vida, con las nuevas –aunque limitadas– esperanzas que siempre traen las elecciones. Este destino precario, pero claro, era conducido por nuestro presidente, cuya vida política también padecía del mismo mal que la democracia. Sin partido político y sin elecciones por disputar en el horizonte, no despertaba las susceptibilidades y desconfianza de los políticos vivos y coleando.

era un caminante lánguido. Sin embargo, aún mantenía alta simpatías por parte de los ciudadanos porque –en comparación con muchos de los que habitan la jungla política– parecía más cercano y potable. Después de todo, nos sacó de encima a un impresentable que –con dignas excepciones– estaba conformado por ladrones, mentirosos, acosadores, misóginos, ociosos, ayayeros, falsos cristianos y supuestos profetas. Esta clausura nos dio varios meses de tranquilidad política, al mismo tiempo que los fiscales y jueces metían tras las rejas a los que se beneficiaron de la corrupción colosal de y anexos. Muchas de las voces discordantes con el cierre del Congreso eran las de los saboteadores de siempre, los que han confundido libre mercado con libertinaje trasquilador de erarios, usuarios, consumidores y ciudadanos.

No se esperaba mucho de él, sea por el escaso tiempo que le quedaba como mandatario, por el poco apoyo que tenía de la clase política o porque tampoco proyectaba la imagen de un líder con propuestas osadas que nos sacaría de los embrollos en los que se encuentra el país. De semblanza y actuación modosita, pero no cojuda, nos hacía recordar a ese tío bonachón –hermano de mamá– sin sentido del humor, con permanentes lapiceros en el bolsillo de su camisa y que, cuando nos visitaba, traía un postre que a nadie le gustaba.

A diferencia de ciertos comentaristas –incluyendo algunos de este Diario– no creo que podemos echarle la culpa a Vizcarra por la calidad del nuevo Parlamento. Intentó que todas las fuerzas participantes tuvieran como norte culminar la reforma judicial y electoral. ¡Y vaya que todas juraron que lo harían! Hay que reconocer, no obstante, que el proceso electoral tuvo varios defectos de fábrica, incluyendo que las agrupaciones no tuvieran que superar la valla para el 2021.

La envalentonó a varias agrupaciones y congresistas con enormes ambiciones, escasos méritos y formidables fantasmas en el pasado. Rápidamente se olvidaron del mandato que les dio el pueblo para mejorar las reglas de juego electoral y entraron a la irresponsable práctica del clientelismo y el obstruccionismo. El Legislativo, en lugar de congraciarse con el pueblo mediante un trabajo concertado que permitiese combatir la emergencia sanitaria y la crisis económica más seria de nuestra historia, se dedicó a anotarse porotos con medidas fiscales poco efectivas y harto populistas.

Un carroñero se distingue por alimentarse de los restos de cadáveres de animales que no ha cazado. Nuestra democracia no está en peligro de muerte por lo sucedido hace dos noches en el Congreso. Ya estaba en una agonía prolongada, debilitada por los múltiples embates de 20 años que explosionaron en el último quinquenio. Lo que han hecho los Merinos, Alarcones, Humalas y Chehades es arrasar con lo poco que quedaba del cadáver, especialmente con respecto a la división de poderes y al imprescindible control y balance. ¿Estoy especulando? ¿Debemos darles una oportunidad? No creo, he revisado sus ‘curriculums vitae’.

Nuestra defensa principal debe ser a la institucionalidad democrática y a atender la urgencia sanitaria y económica. La vacancia de hace dos noches no respondió a ninguna de las dos. Martín Vizcarra enfrentaría los casos en nueve meses y las acciones contra la pandemia han llevado a una reducción sostenida del promedio de casos en los últimos dos meses. ¿Por qué interrumpir su mandato?

Nos toca ahora vigilar como nunca porque pronto veremos la podredumbre que había detrás del golpe congresal. Debemos ser ciudadanos vallejianos, rodear a nuestra democracia, protegiéndola, con la esperanza de volver a echarla a andar.