“Yo no curo a nadie, solo doy herramientas y muestro un camino que ya recorrí, qué piedritas evitar. Pero la cura, la sanación depende del empeño y arraigo de cada persona”, enfatiza Maylet Romero Albarrán. (Nancy Chappell / El Comercio)
“Yo no curo a nadie, solo doy herramientas y muestro un camino que ya recorrí, qué piedritas evitar. Pero la cura, la sanación depende del empeño y arraigo de cada persona”, enfatiza Maylet Romero Albarrán. (Nancy Chappell / El Comercio)
Adolfo Bazán Coquis

Quienes conocen a Maylet saben que se ha especializado en dictar terapias y talleres de meditación y tantra yoga para personas que han sufrido o sufren violencia física, psicológica y espiritual. También que difunde las bondades de un estilo de vida sana. Con ella hablamos a propósito del Día Internacional del Yoga.

— ¿Cómo nace esta inquietud por el aspecto espiritual?
Cuando yo tenía 14 años, la mamá de mi mejor amiga nos invitó a ver unos videos de un maestro de yoga que se llama Maharaji, y eso despertó mi curiosidad, porque hablaba del amor, la conciencia, el espíritu. Y ahí se quedó, calladito. Hasta que años después un amigo devoto de este maestro me invitó a un curso de meditación trascendental.

— ¿Pasaba por algún momento clave en su vida?
Totalmente, andaba en un cambio. A mi papá le habían disparado en las rodillas en un asalto y tuve que dejar mi vida ya construida en Inglaterra para volver a Caracas.

— ¿Y cómo gatilla ese afán de incursionar de lleno en el yoga?
Yo vivía del márketing, hacía consultorías y eso me daba la oportunidad de viajar, incluso a la India. Tenía un restaurante de comida hindú. Pero Caracas es una ciudad muy agitada y decidí tomarme un año libre. Me fui a la isla Margarita y allí di mis primeras clases de yoga y me fue muy bien. Encontré mucha paz y amor.

Festival en la costa verde

Hoy es el Día Internacional del Yoga, fecha instituida por la ONU. Con auspicio de la Embajada de la India, este sábado 24 se realizará un festival gratuito de clases de yoga, venta de artículos y otras actividades en Los Domos, de la Costa Verde, en San Miguel. De 10:30 a.m. a 6:30 p.m.

— ¿Y cuál es la experiencia de vida que transmite?
Durante uno de esos viajes a la India sentí un mensaje de Dios: que yo estaba acá para compartir. Mi propuesta es trabajar con varias herramientas, especialmente el tantra yoga, que implica el autoconocimiento profundo de tu ser, que usa la energía sexual para transmutarla en vitalidad. Porque el yoga estudia en realidad tu cuerpo, lo sana para que después todo fluya. Tu cuerpo es tu templo y hay que rendirle homenaje.

— ¿Y cómo es el trabajo con personas maltratadas?
Esa conexión del tantra yoga con lo sexual hace que muchas mujeres y hombres se interesen porque cargan traumas del cuerpo. El sexo es de donde venimos, es algo natural y simple. Venimos de una relación sexual, del amor. Y en contraposición al amor está el abuso sexual, mental y físico. Cuando hay un trauma existe un desbalance de las energías femenina y masculina. Nuestro propósito es nivelarlas lo más posible, pero a veces hay necesidad de otras curas e incluso hasta de medicamentos.

— Si tuviera que describir algunos rasgos en común en las personas maltratadas, ¿cuáles serían?
Los principales siempre son los mismos: depresión, baja autoestima, miedo y ansiedad. Son las que más puedo ver. Insomnio también.

— ¿Y las mujeres que vienen ya han pasado la etapa de agresión o todavía la están sufriendo?
Diría que es 50 y 50. El primer paso para romper el maltrato físico es darte cuenta, y que lo pares. Creo que esa conciencia se está empezando a generar aquí. Pero lo importante es asumir que me están maltratando, que no es amor.

¿Y se ha hecho vox pópuli, se pasan la voz sobre estas terapias?
Sí, se pasan la voz, pero no es vox pópuli porque todavía se ve como un tabú. Piensan: “Ah, si la gente sabe que estoy conectada con Maylet es porque algo me pasa”. Las mujeres tienen miedo. Y sobre todo en Lima. Porque he estado con este mismo taller en Venezuela y Chile, y allá hay más apertura. Hay más maltrato físico y psicológico aquí. Y lo percibo por los correos que me envían, por el ‘feedback’ que recibo.

— ¿Y no ha pensado en trabajar con los maltratadores?
Es difícil… es muy delicado. Sí he trabajado con hombres que son agresivos y que han cometido actos de violencia, o que no saben cómo manejarla. Porque todo su estrés lo vuelven agresión y violencia. Hay muchos casos de impotencia sexual, de imposibilidad de satisfacer a la pareja, y lo tornan en rabia.

— ¿Y casos de hombres maltratados?
Muy pocos, lo mínimo. Sí hay casos de hombres maltratados cuando eran niños, pero a ellos les cuesta mucho más pedir ayuda, porque existe la idea de que hacerlo los convierte en vulnerables, y ser vulnerable es más difícil para un hombre que para una mujer.

— ¿Y con las alumnas han comentado sobre los casos de feminicidio en el país?
Sí, porque uno de los tabúes que hay es hablar de eso. Las mujeres, cuando tienen un trauma, les cuesta hablar y encontrar a gente que quiera escuchar. Y en estos círculos las experiencias empiezan a fluir: ‘Ah, a mí me pasó esto, y a mí también’. Claro, todo se habla en confianza y confidencialidad. Porque en principio, como decía, vienen a soltar todo y después a limpiarlo.

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